lunes, 16 de febrero de 2015

Un libro es... por Alana Marquez

A mi padre

     En 3 décadas y media que llevo respirando el olor de las bibliotecas de mi casa, creo que no he logrado leer ni un tercio de los libros que mi viejo se dio a la tarea de "recopilar" con la fiel intención de sumergirnos en la lectura.

    Recuerdo el primer texto que mi padre colocó en mis manos, fue, casi que obviamente, El Principito; luego Platero y yo; después no tuvo necesidad de hacerlo nunca más porque a partir de esas fechas yo  iba y tomaba cualquier libro al azar,  a veces guiada por mi hermano, preguntaba si lo podía leer y si era bueno, confiando en la sabia experiencia de mi héroe, mi papá, que siempre me decía "No hay libro malo".

     Así comenzó una hermosa relación con los libros, los tomaba, los olía, leía portada y contraportada, comenzaba a leer y me transformaba, ¡sí!, me transformaba, me convertía en sus personajes, vivía sus vidas.

    Lo crean o no, he llegado a volar con Juan Salvador Gaviota, he estado a punto de ahogarme con Luis Alejandro Velasco,  me he sentido "bicho" con Gregorio Samsa, sufrido el desamor con Eugenia Grandet y Heathcliff, he querido "matar" a la abuela de Erendira, sentirme etérea como Remedios la bella, he sufrido con Edipo, he llorado por el inocente Santiago Nassar, me he desesperado con  Florentino Ariza, reído hasta la locura con  Randall Patrick McMurphy,  sonreído con nostalgia con Scout Finch y compartido las aventuras de Tom Swayer y Huckleberry Finn, y una larga (no tan larga como quisiera), lista de personajes que me han hecho VIVIR. 

     Cada libro, cada historia me abrió una puerta,  a veces solo una ventana,  a mi mundo de fantasías, donde moro y soy feliz, donde sufro, lloro, río, canto, me asusto, reflexiono... 

    Y cuando regreso paso un tiempo en mi realidad agotadora: trabajo, casa, estudios; mil cosas y poco tiempo; entonces, recuerdo que puedo volver cuando quiera y a cualquiera de ellos, también a otros que me sean presentados en la vida.

   Sé que puedo regresar porque esa puerta siempre está abierta para mí, un día, hace 25 años, me la abrió mi Padre. Gracias papá!


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