Hay una ciudad
que nos espera, adentro. En lo profundo de cada uno si la amamos porque sabemos
conocerla y reconocerla cuando caminamos entre sus calles, entre sus edificios
que apuntan al cielo. Somos transeúntes de esta ciudad que se transforma a cada
tanto, cada día las personas hacen y deshacen sueños acobijados por un árbol o
en un café de alguna ciudad, ésta por ejemplo, bañada entre ríos. Ciudad
Guayana duerme temprano y amanece temprano, guarda un ocaso naranja todos los
domingos, uno de matices dorados los miércoles y uno violeta los restantes
días. Quizá nadie se percate de este fenómeno, pero yo lo he visto. Esa es la
ciudad que nos aguarda dentro de cada uno, si la amamos.
También hay una ciudad que nos espera,
afuera. Aguarda en lo más lejano, a leguas de distancias en pensamiento, no me
refiero a los kilómetros cuantificables sino a esa lejanía que se forma cuando
no amamos la ciudad que habitamos. Nos volvemos unos extraños en sus avenidas,
en sus plazas, desconocemos los rostros, los nombres, sus olores y sabores. Es
como vivir en una ciudad en la que sólo estamos de paso, siempre con la mirada
perdida porque no vemos ocasos, vemos otro paisaje en la memoria. Esa es la
ciudad que nos espera, que desea ser descubierta, amada, buscada, nombrada. Hay
muchos que habitan, pero no aman. Hay una ciudad afuera, que quiere estar
adentro de nuestra mirada.
Sin embargo, para el escritor venezolano
Fedosy Santaella, hay “Ciudades que ya no
existen”, ciudades que parten del mundo de los sueños, desde la tinta de la
imaginación, pero que se parecen un poco a las realidades venezolanas. El autor
nos presenta 21 cuentos sobre la cotidianidad que dibujan los paisajes
nacionales como Puerto Cabello o Caracas. Este libro es la alegoría del viaje
entre región costera y región cosmopolita; el humor negro, el sarcasmo, lo
exótico y lo grotesco conforman el hilo que teje estas historias a partir de la
conciencia de sus personajes principales, seres que se enfrentan al mundo del
peligro, de lo extravagante, del pasado y del presente. La escritura de Fedosy
es sencilla, placentera y evocadora; el lector logrará identificarse con las
anécdotas que se cuentan, hasta sentirá extrañar las ciudades que se detallan
en cada relato, ciudades no vividas, pero tan reales como el día a día.
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